Joaquín Torres-García

Constructivo en blanco y negro «TBA»
Joaquín Torres García (Montevideo, 1874 -ibídem 1949) fue el creador de la corriente artística denominada Universalismo Constructivo. Su trayectoria creativa comienza en Barcelona, donde llegó a ser una de las figuras más representativas del Noucentisme, un movimiento cultural catalán que en arte propugnaba una vuelta al clasicismo. Tras residir en Nueva York, en 1926 se instala en París y su pintura prescinde de la representación de la realidad y se hace abstracta . En la capital francesa Torres García formaría el grupo Cercle et Carre, con el propósito de integrar los aportes de movimientos artísticos divergentes, y en parte antagónicos, como el Cubismo, el Neoplasticismo y el Surrealismo. Pese a ser amigo de Piet Mondrian, la obra de Torres García posee un carácter expresivo muy alejado de la frialdad intelectual que caracteriza al pintor holandés.
Un elemento esencial del arte constructivo universal, en el que Torres García profundiza tras regresar a Montevideo en 1934, es el recurso a la proporción áurea. Pero para el artista, la construcción de la obra sobre una relación geométrica no es solo una herramienta compositiva; también es la expresión material de la interrelación que existe en el universo entre las partes y el todo. De esta forma, la obra de arte sería, en esencia, “un testimonio” de esa unidad.
Mediante el uso de símbolos gráficos, el artista entiende que ha resuelto el tradicional conflicto entre abstracción y representación. Pese a que Torres García afirma que no aspira a dibujar una cosa, sino la idea de una cosa, sus obras se dirigen más a la intuición que al intelecto. Una intuición atávica que hunde sus raíces en el arte ritual de los pueblos primitivos que tanto admiró.
Siempre la geometría
Nacido en Uruguay en 1874, Joaquín Torres-García es uno de los artistas más relevantes del ámbito latinoamericano. Fue pintor, ilustrador, pero también teórico y profesor, una dedicación al pensamiento que sistematizó a través de su práctica artística.
En 1891, la familia Torres-García emigró a España. Joaquín se formó en Barcelona, en la Academia de Bellas Artes y la Academia Baixas, pero pronto emprendió un camino independiente, alejado del academicismo y del arte neoclásico. Fueron importantes en su formación autodidacta las tertulias del Cercle de Sant Lluc y de Els Quatre Gats y la inspiración de Toulouse-Lautrec, que le impulsó a colaborar como ilustrador en varias publicaciones. A principios del siglo XX, Torres-García ya era un pintor y muralista de prestigio, adscrito al modernismo catalán y posteriormente reconocido como uno de los principales representantes del Noucentisme. Diseñó, junto con el arquitecto Antoni Gaudí, los vitrales de la catedral de Palma de Mallorca y de la Sagrada Familia de Barcelona.
El encargo en 1913 de los murales del Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat, vilipendiados por la crítica, le hacen trasladarse a Terrassa, donde construye la villa Mon Repòs [mi descanso] y crea la Escola de Decoració e inicia su trayectoria teórica con la publicación de sus Notas sobre arte y Diálegs. A partir de entonces, comienza una etapa pictórica más personal, con composiciones geométricas que anticipan su estilo constructivista posterior. Tras una estancia en Nueva York, en 1928 se instala en París, donde conoce a Piet Mondrian, que influye en su obra de manera decisiva, y funda el grupo de arte abstracto y constructivista Cercle et Carré.
En 1934, tras una estancia de dieciséis meses en Madrid durante la cual ejecuta la obra Constructivo en blanco y negro «TBA», Torres-García regresa a Uruguay y dedica el resto de su vida a tender puentes entre las vanguardias europeas y América Latina gracias al desarrollo del universalismo constructivo, un movimiento que gesta, teoriza y desarrolla a través de la Asociación de Arte Constructivo y el Taller Torres-García. El artista cree en un orden universal unitario, regido por unas leyes armónicas que quiere aplicar al arte, cuya función es «construir de acuerdo con una regla, a fin de llevar la obra a una unidad perfecta». El universalismo constructivo combina la influencia de la abstracción geométrica europea y las culturas prehispánicas sudamericanas, en un intento de crear una forma de expresión universal desde un lenguaje plástico esquematizado a través de dos elementos: la geometría y el símbolo. El propio artista lo explica así: «No puede existir, para mí, convicción mayor que esta: primero la estructura, después la geometría, luego el signo, finalmente el espíritu, y siempre la geometría».
Sus ideas sobre el arte como lenguaje capaz de expresar la comunión del hombre con el universo, con el orden cósmico, quedan patentes en dos obras cumbre de su madurez, el Monumento cósmico, una pieza en granito erigida en el Parque Rodó de Montevideo, y la publicación Universalismo Constructivo, su obra teórica de mayor envergadura y calado.