TÀPIES, Antoni

Assemblage i graffiti
Nombre Assemblage i graffiti
Año 1972
Técnica Ensamblaje y pintura sobre lienzo
Dimensiones 208 × 190 × 35 cm

Assemblage i graffiti

Pintura matérica, incisiones, marcas u objetos confieren a la obra de Tàpies (Barcelona, 1923-2012) un estilo inconfundible y de marcado carácter personal. En su obra combina lo vulgar con lo extraordinario. Magnifica lo que consideramos pequeño e insignificante, para mostrar cómo el desecho o lo marginal puede sugerir ideas profundas. De formación autodidacta, sus inicios en el arte están marcados, como les sucediera a otros creadores, por una larga enfermedad juvenil. En estos primeros momentos, Joan Miró es la influencia más poderosa. De hecho, pese a que muy pronto Tàpies desarrolla una personalidad propia muy marcada, la inspiración surrealista estará presente en gran parte de su trabajo. Aunque formalmente su obra está relacionada con los movimientos artísticos coétaneos, como el informalismo, el posminimalismo norteamericano o el Arte Povera, las intenciones de Tàpies son diferentes. El propio autor las definiría así:  “… que el cuadro sea como un talismán, un objeto o un mecanismo para ayudar a que la gente que lo vea cambie de mentalidad normal y se traslade a este estado que llamamos de contemplación de la realidad cósmica, del absoluto; o, para los creyentes, del rostro de la divinidad”. De esta forma, la obra se concibe como un catalizar del conocimiento. 

Assemblage amb graffiti, reúne varios de los rasgos característicos de la obra madura de Tàpies. Como su propio título indica, es una reunión de materiales diversos –un bastidor viejo, estopa, restos de madera y clavos herrumbrosos…- cuyo denominador común es su carácter humilde, vulgar. Junto a estos desechos, otra constante en su trabajo son los signos: las características cruces –que recuerdan a Klee y a Miró-, restos de escritura, garabatos y unos corazones, a modo de los trazos de los grafitis callejeros: objetos banales transformados por la voluntad del artista en estímulos generadores de experiencias.

De lo espiritual en el arte

Marcado por un delicado estado de salud a lo largo de toda su trayectoria, Antoni Tàpies se inició en el arte a los dieciocho años, durante una convalecencia en el sanatorio de Puig d´Olena. Tàpies se refugió en el dibujo, la música y la literatura de Ibsen, Nietzsche y Thomas Mann. Desde entonces y hasta su muerte, su práctica artística estuvo ligada a un mundo interior particularmente cultivado y sensible, a una espiritualidad fuera de lo común en el ámbito del arte informal. El crítico y poeta Juan Eduardo Cirlot, también adscrito a la simbología y la tradición espiritualista, describió el arte de Tàpies como un camino de doble dirección «hacia la extrema valoración de los efectos plásticos y hacia la profundización en los abismos del espíritu».

De padre anticlerical y madre católica, Antoni Tàpies desarrolló una espiritualidad personal fundamentalmente inspirada en las filosofías y religiones orientales. Para Tàpies, el arte podía servir para adentrarse en la esencia del ser humano; una experiencia estética se asemejaría a una revelación mística. Dijo al respecto: «Hoy se sabe como nunca que la obra de arte importante tiene unos efectos […] que, en algunos casos, pueden llevar a estados contemplativos de identificación con la realidad profunda, muy parecidos a los de determinadas experiencias religiosas. Al fin y al cabo, tanto los sentimientos religiosos como los artísticos provienen de esa facultad común a la naturaleza humana de enfrentarnos al misterio de la existencia…». Influido por la pintura del budismo zen —autores como Hakuin Ekaku, Sengai y Torei Enji— Tàpies aspiraba a expresar lo inmaterial y a conducir al espectador a un estado contemplativo a través de las cualidades físicas y materiales del lienzo, casi siempre reducidas a elementos austeros, reconocibles, en absoluto sofisticados o embellecidos.

En su trabajo, además de la elección de los materiales por sus cualidades físicas y estéticas, cobran especial importancia los símbolos, una iconografía en la que vuelca su particular visión del arte como nexo de unión entre espíritu y materia. Entre ellos se repite con frecuencia la cruz, un signo universal del que se apropia, cuya interpretación aclara en el artículo «Cruces, equis y otras contradicciones», incluido en el libro El arte y sus lugares: «El interés por la cruz es una consecuencia de la gran variedad de significados, a menudo parciales y aparentemente diferentes, que se le han dado: cruces (y también equis), como coordenadas del espacio, como imagen de lo desconocido, como símbolo del misterio, como señal de un territorio, como marca para sacralizar diferentes lugares, objetos, personas o fragmentos del cuerpo, como estímulo para inspirar sentimientos místicos, para recordar la muerte y, concretamente, la muerte de Cristo, como expresión de un concepto paradójico, como signo matemático, para borrar otra imagen, para manifestar un desacuerdo, para negar algo».