Roberto Matta Echaurren

Psychological Morphology
En su Manifiesto de 1924, Breton estableció que la meta del surrealismo había de ser “expresar el funcionamiento real del pensamiento”. Para alcanzar esa meta, el artista podía servirse de cualquier medio –visual o escrito-, y debía actuar al margen de las imposiciones dictadas por la razón, la estética o la moral. Este fue el propósito compartido por todos los surrealistas, aunque los métodos que emplearon para ello fueron diferentes. Roberto Matta (Santiago de Chile, 1911- Civitavecchia, Italia, 2002) fue uno de los que más radicales defensores de lo que se vino en llamar pintura automática, aquella en la que artista dejaba que el inconsciente se expresara de manera libre y sin mediaciones. Aunque Matta había estudiado arquitectura en su país, y trabajó en Suiza con Le Corbusier, el contacto en París con Magritte, Picasso y Miró le hizo interesarse por la pintura, y en 1938 participó en la Exposición Internacional del Surrealismo que se celebró en esa ciudad. De esa primera etapa dentro de la ortodoxia del grupo –Breton lo expulsaría en 1948- son sus morfologías psicológicas, que el gran gurú del surrealismo definiera como “exponentes del automatismo absoluto”. Son obras de un vivo colorido que se alejan de las preferencias figurativas de la mayoría de sus compañeros, y anticipan movimientos artísticos de la segunda mitad del siglo, como el expresionismo abstracto. El artista Marcel Duchamp, con el que Matta mantuvo una buena relación, lo definió como el pintor más profundo de su generación, y, elogiando su carácter innovador, dijo que su obra era “un combate contra todos los obstáculos de la pintura al óleo, medio de expresión que se presta a interpretaciones centenarias”.
Los derechos de la imaginación
El surrealismo fue una de las mayores revoluciones culturales de la historia contemporánea, una actitud opuesta a lo establecido que, desde la literatura y las artes plásticas de su epicentro en París, se extendió a lugares tan distantes como Egipto, Japón o México y se filtró en la cultura popular gracias al cine y la moda. Su gran hallazgo fue restituir el poder creativo de la imaginación, único nexo posible entre la razón y el subconsciente. «Quizá haya llegado el momento en que la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden. Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie […] es del mayor interés captar esas fuerzas […], someterlas al dominio de nuestra razón si es que resulta procedente», escribió el poeta parisiense André Breton en su Primer manifiesto surrealista de 1924.
El surrealismo se definía como “automatismo psíquico puro en cuyo medio se intenta expresar […] el funcionamiento real del pensamiento […] sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral». Estaba ligado a una vanguardia radical previa, el dadaísmo, que ya había sustituido la toma de decisiones dentro del proceso creativo por el automatismo; también se inspiraba en la tradición literaria y poética del marqués de Sade y del conde de Lautréamont pero, sin duda, en el ideario surrealista fueron decisivos los descubrimientos de Sigmund Freud.
El padre del psicoanálisis consideraba que las neurosis estaban causadas por deseos y recuerdos relegados al inconsciente, y que recursos tales como la interpretación de los sueños o la libre asociación de ideas podían liberarlos. Durante la Primera Guerra Mundial, André Breton había entrado en contacto con el psicoanálisis cuando trabajaba como voluntario en el frente y creyó en el potencial del inconsciente para regenerar la cultura posterior a la guerra. Para él, resultaba sorprendente la escasa atención que la sociedad prestaba a los sueños, primando los acontecimientos vividos en estado de vigilia. Por medio del surrealismo, Breton quería crear una suprarrealidad capaz de conectar ambos estados.
Así, las obras surrealistas eran producto de la mente insconsciente liberada de ataduras por medio de técnicas diversas, todas ellas inspiradas en mayor o menor medida en la escritura automática y el fluir de conciencia. Max Ernst, René Magritte o Giorgio de Chirico evocaban deseos reprimidos en escenas de un realismo onírico, a veces alucinógeno; Salvador Dalí llamaba a sus obras «fotografías de sueños pintadas a mano»; Joan Miró pintaba formas biomórficas de manera instintiva, y André Masson vertía arena en sus lienzos. Roberto Matta trataba de representar «morfologías psicológicas», una traslación directa del producto de su imaginación.
El pincel de la psique
Nacido en Santiago de Chile y formado como arquitecto, Roberto Matta viajó a París en 1931 para trabajar en el estudio del arquitecto Le Corbusier. En 1934, durante una estancia en España, conoció a Salvador Dalí y a Federico García Lorca, gracias a cuya recomendación pudo conocer al impulsor del surrealismo, André Breton. En 1938, participó en la Exposición Internacional del Surrealismo, movimiento al que estuvo vinculado durante diez años. Ese mismo año, Matta comenzó a experimentar con lo que él mismo denominó «morfologías psicológicas», una técnica derivada del automatismo que trasladó a la pintura para liberar las imágenes del subconsciente más allá de las representaciones oníricas llevadas a cabo por otros compañeros del movimiento como Magritte o De Chirico.
Matta trató de explicar su técnica en el café parisino Les Deux Magots, lugar de encuentro habitual de los surrealistas, «con gestos grandilocuentes y usando los objetos que tenía a mano», ante un estupefacto André Bretón, quien declaró no haber entendido nada y pidió al artista chileno que escribiese sus teorías. Matta logró formular en un texto posterior que «en el terreno de la conciencia, una morfología psicológica sería el gráfico de las ideas […]. Una morfología de este tipo llegará a ser percibida cuando el ojo y la conciencia realicen las gráficas inmediatas e impulsivas, que la emoción convulsiva del hombre trazará en un arte nuevo». La teoría era compleja, suponía un intento de representar en el lienzo las imágenes más recónditas de la mente siguiendo el automatismo psíquico propugnado por el surrealismo desde su primer Manifiesto de 1924. Convencido, André Breton, que ya se había interesado por las cualidades fantásticas y subjetivas de los dibujos anteriores de Matta, llegó a definir este modo de pintar como automatismo absoluto o surrealismo abstracto.
Las morfologías de Matta son, en efecto, una suerte de abstracción figurativa, paisajes ilusorios en los cuales lo orgánico y lo inorgánico se mezclan, estructurados a través de vibrantes manchas de color en movimiento. Su obra Psychological Morphology, de 1939, confronta el cielo cortado por la línea del horizonte con un espacio de color luminoso desde el cual ascienden misteriosas formas de colores saturados. No es posible interpretar claramente las imágenes, aunque sí generan una sensación orgánica semejante a la que producirían figuras reales, tal vez órganos internos del cuerpo humano distorsionados por una mente que sueña.
Más que surrealista, realista del sur
Roberto Matta abandonó su Chile natal en 1931. «Chile en esa época no era el siglo XX, era como el siglo XVII o XVIII […]. De repente me fui, no sé por qué me fui, sería ridículo pensar que consciente de hacer eso, me fui porque me faltaba el aire y me desaparecí». Tras su fructífero contacto con el surrealismo en París, su primera ciudad de acogida, en 1938 se trasladó a Nueva York como otros muchos compañeros tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Allí tuvo lugar en 1940 su primera exposición individual en la galería Julien Levy, y allí entró en contacto con jóvenes pintores norteamericanos como Jackson Pollock y Robert Motherwell, que más adelante transformarían las vanguardias venidas de Europa en nuevas formas de expresión. Se considera, de hecho, que la influencia del pintor chileno fue esencial para el desarrollo del denominado expresionismo abstracto. Durante 1941 viajó a México y conoció la obra de los muralistas mexicanos, una inspiración que determinó un cambio de formato en sus obras, a partir de entonces de mayor tamaño y creciente carácter monumental.
A partir de la década de los cincuenta, Roberto Matta comenzó a implicarse con el devenir político y social del mundo, un sentimiento especialmente centrado en el ámbito latinoamericano que se intensificó a partir del triunfo de la Revolución cubana en 1959. Matta llegó a participar en el Congreso de Cultura de La Habana de 1968, durante el cual pronunció su célebre discurso La guerrilla interior. Asumió también un abierto compromiso con la izquierda chilena, participando en varias actividades de apoyo al gobierno de Salvador Allende en los primeros años de la década de 1970.
Profundamente estimulado ante la posibilidad de dar al arte una función social, Matta declaró: «Lo que quiero es un arte que haya sido inventado por la sociedad y esté a disposición de todos para utilizarse […]. El arte sirve para provocar la intuición de la emoción latente en todo lo que nos rodea y para mostrar la arquitectura emocional que la gente necesita para existir y vivir juntos. Sé que una artista solo será auténtico si su obra se incorpora a ese movimiento de doble dirección que consiste en realizar, en recibir de su pueblo la consecuencia de las necesidades que ha detectado en sí mismo y como artista, en dotar a esa conciencia de la intuición de una noción esencial que utiliza para ampliar la visión de la realidad».
En su obra, Matta hizo patente su compromiso político y su referencia directa a la actualidad contemporánea, profundamente sacudida por los efectos de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Sus lienzos de esta segunda etapa revitalizaron el surrealismo incorporando nuevas formas tal vez inspiradas en una tecnología moderna que era capaz de lanzar misiles o cohetes al espacio. La figura humana aparece rodeada de máquinas, tubos y cápsulas que a su vez parecen cobrar vida, visiones apocalípticas de un futuro incierto.