Paul Delvaux

L’Appel
Paul Delvaux (Antheit, Bélgica, 1897 – Furnes, Bélgica, 1994) es, junto a René Magritte, el principal representante del surrealismo en Bélgica. Con el resto de los surrealistas compartió el mismo propósito de liberar el espíritu cuestionando el orden lógico de la realidad. Pero su camino para lograrlo fue muy particular. Nunca se sometió a la disciplina del grupo liderado por Breton, y sus ideas políticas tampoco sintonizaban con las del movimiento surrealista. Desde el punto de vista estilístico, su obra es homogénea, sin apenas cambios. Con técnica realista crea ambientes oníricos poblados por personajes que, a su vez, parecen sonámbulos: seres aislados e inexpresivos entre los que no hay comunicación.
Muy influido por la obra del pintor italiano Giorgio de Chirico, el creador de la denominada Escuela Metafísica, Delvaux se sirve de la arquitectura para crear una atmósfera silenciosa y estática. En estos escenarios sitúa a unos personajes hieráticos y solitarios, entre los que destaca la presencia de mujeres desnudas, una constante en toda su obra. Se ha atribuido esta obsesión por la figura femenina a las vivencias del artista, a los efectos de una madre posesiva y un matrimonio frustrado. La llamada responde al esquema característico de las obras de Delvaux, e incluye casi todos los elementos de su repertorio iconográfico: arquitecturas clásicas, desnudos, esqueletos que se mueven como vivientes y sombras que confieren dramatismo a la escena. Todo contribuye a crear un aire de misterio, un enigma en el que el deseo y la muerte están presentes, pero cuyas claves ignora el espectador.
Venus, templos y esqueletos
En 1904, con tan solo siete años de edad, Paul Delvaux quedó prendado de los esqueletos que colgaban de las paredes del aula de biología de su escuela primaria, una obsesión que no lo abandonó nunca. Entre 1940 y 1942, pudo estudiar los esqueletos del Museo de Ciencias Naturales de Bruselas, convirtiéndolos en figuras recurrentes de su singular iconografía pictórica. La representación animada del esqueleto, dotado de vida y contrapuesto a las figuras femeninas que pueblan sus cuadros, suponía una revisión de un motivo clásico, presente en las danzas macabras medievales, en la vanitas barroca o en representaciones más carnavalescas de los pintores expresionistas a los que Delvaux admiraba, como James Ensor. Pero si buscamos el origen de las principales alegorías y de la extraña atmósfera de las escenas de Delvaux, cabe mencionar sin duda la visita que hizo en 1930 a la Foire du Midi de Bruselas, donde descubrió el extraño museo del Dr. Spitzner. El propio Delvaux describió con precisión esa atracción de feria: «Una barraca cubierta de cortinas de tela roja y a cada lado […] un cuadro pintado hacia 1880. En el de uno de los lados aparecía el doctor Charcot, que presentaba a una mujer histérica en trance ante un auditorio de sabios y de estudiosos. Esta pintura era impresionante porque era realista. En medio, en la entrada del museo, se hallaba una mujer, la cajera; después, de un lado, había el esqueleto de un hombre y un esqueleto de simio, y del otro lado una reproducción de dos hermanos siameses. En el interior, se veía una serie bastante dramática y terrible de moldes anatómicos en cera que representaban los dramas y las tribulaciones de la sífilis, sus deformaciones. Y todo eso ahí, en medio de la alegría continua de la feria… Debo decir que aquello dejó huellas profundas durante mucho tiempo en mi vida».
Un surrealista a la belga
Paul Delvaux nació un año antes que René Magritte, el otro surrealista clásico belga. Su encuentro con él fue tan determinante como el que tuvo con la pintura de Giorgio de Chirico, máximo exponente de la pintura metafísica italiana, una corriente posterior al futurismo que aspiraba a plasmar espacios melancólicos, solitarios e inquietantes: una respuesta de quietud y silencio al dinamismo de los futuristas. De Chirico pintaba espacios clásicos inspirados en el pasado italiano, en las plazas de Ferrara, Turín o Florencia, y los poblaba con esculturas, figuras sin rostro y objetos sin sentido aparente. En ocasiones, pintaba trenes, tranvías y estaciones, recuerdo de su padre maquinista, motivos directamente retomados por Delvaux en sus obras. Tanto René Magritte como Giorgio de Chirico se concentraban en los recuerdos y deseos reprimidos, pintando obras oníricas, de un realismo solo aparente. La sexualidad cobraba en sus obras ese tinte siniestro descrito por Freud, materializado en mujeres-maniquíes, máscaras y figuras enigmáticas e inconexas. Sin duda, el influjo de ambos pintores fue decisivo para Paul Delvaux y confluyó en su apuesta por una pintura onírica que lo conectaba con el movimiento surrealista, pese a que no perteneció oficialmente al círculo creado por André Breton.
El surrealismo, fundado por el poeta francés en 1924 y descrito como «automatismo psíquico puro», se extendió desde Francia a todo el mundo, convirtiéndose en una de las vanguardias más radicales e influyentes del siglo XX. Herederos del psicoanálisis, los escritores y artistas surrealistas pretendían acceder a territorios mentales reprimidos y liberar el inconsciente de la lógica y la razón.
A partir de 1935, Paul Delvaux se aproxima al surrealismo, pero desarrolla un lenguaje personal, absolutamente idiosincrásico, una búsqueda de extrañamiento y shock poético a partir de la disposición coreografiada de figuras inconexas en espacios de inspiración clásica en los que parece no correr el aire. En 1936, Delvaux expone junto a Magritte en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, y dos años después participa en la Exposición Internacional del Surrealismo que André Breton y Paul Éluard organizan en París. Breton, probablemente fascinado por la iconografía femenina del pintor belga, dijo: «Delvaux ha hecho del universo el imperio de una mujer que es siempre la misma y reina sobre los grandes suburbios del corazón». Las mujeres de Delvaux comparten con las musas del surrealismo su sexualidad distante, perturbada y amenazadora, su objetualización, los vínculos freudianos con la figura materna, su carácter inalcanzable. Las mujeres de Delvaux son, en definitiva, femmes fatales, una representación un tanto temerosa de la nueva mujer surgida tras la Primera Guerra Mundial, una mujer poco a poco consciente de su papel social, su capacidad de trabajo, su sexualidad y su posible independencia.